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PARASHAT HASHAVÚA: VAIGASH

Las curiosas vueltas de la vida: Yosef, el niño mimado y malcriado, odiado por sus hermanos y vendido por estos como esclavo a una caravana ismaelita, se ha convertido en amo y señor del Reino de Egipto, mano derecha del Faraón. De esclavo a dirigente del país más poderoso de la Tierra; casi que una versión bíblica del sueño americano.



En este momento comienza nuestra Parashá de hoy, Vayigash, con el sueño temprano de Yosef vuelto realidad: sus hermanos prosternados ante él y envueltos en una trampa de la que no ven salida posible. El diálogo entre Yosef, aún no reconocido por sus hermanos, y Yehuda, quien en ausencia de su padre actúa como vocero de la familia, es apasionado e impresionante.



Yosef ha amenazado con encarcelar a Biniamin, su hermano menor, por el aparente robo de una copa. Yehuda sabe que su padre, quien aún llora la ausencia de Yosef, no podría resistir la pérdida del segundo hijo de Rajel. La trampa se ha cerrado alrededor de los hermanos. Son los mismos hermanos que fueron capaces de venderlo como esclavo años atrás. Los mismos que mintieron a su padre Yaacov y le permitieron creer que su hijo Yosef había muerto.
¿Cuáles habrán podido ser los sentimientos de Yosef en estos momentos?



Más tarde, él mismo los tranquilizaría diciéndoles que no les guardaba rencor y que había sido Dios quien le había mandado a Egipto, para salvarlos del hambre. No me cabe duda, sin embargo, de que al reconocer a sus hermanos, Yosef tiene que haber sentido algún tipo de resentimiento. Su tiempo en la cárcel, su servidumbre en casa de Potifar, su infancia y adolescencia interrumpidas tienen que haber pasado por su mente.



Y ahora, convertido en un hombre poderoso, tiene la opción, tal vez hasta la tentación, de desquitarse por todos esos sufrimientos. Pero no lo hace. Pero tampoco se presenta de inmediato, aunque desespera por saber de su padre y de su hermano menor.
Su plan, concebido con astucia y rapidez, tiene por objeto el permitirle evaluar a aquellos que justamente consideraba sus verdugos. ¿Habrían cambiado? ¿Habrían madurado? ¿Merecerían su perdón? Porque es fácil simular arrepentimiento, incluso sentirlo, cuando no estamos sometidos a la misma tentación o al mismo estímulo que nos llevó originalmente a la falta.



Siglos más tarde, Maimónides escribiría que la Teshuvá Sheleimá, el arrepentimiento completo, solo es posible cuando aquel que ha cometido una falta es colocado exactamente en la misma situación que lo llevó a transgredir en la primera ocasión. Y esto es exactamente lo que hace Yosef; en su trampa, sus hermanos están en casi la misma situación y Yosef ignora cuál será su respuesta. ¿Tomará Yehuda el camino fácil, permitiendo que su hermano pequeño quede cautivo en una prisión egipcia o arriesgará su propio cuello en beneficio de su hermano y de su padre?



Imaginen el alivio de Yosef cuando oye decir a Yehuda:
“Si no lo llevo (a Biniamin) de regreso, seré culpable ante mi padre por siempre. Por tanto permite por favor que sea tu siervo quien se quede como esclavo de mi señor en lugar del niño, y permite que el niño vuelva con sus hermanos. Porque ¿cómo podría yo volver con mi padre si el niño no está conmigo? Permite que no sea yo testigo de la aflicción que cubriría a mi padre.”



En estas poderosas líneas, Yehuda revela el tremendo crecimiento interior que ha transformado su carácter. Siendo un muchacho, sus celos de Yosef y su egocentrismo lo cegaron. No fue capaz de ver la tragedia en que estaba sumergiendo a Yosef, ni el dolor que le impuso a su pobre padre. Falto de experiencia en la vida, no podía comprender la profundidad del dolor de un padre.



Ahora, Yehuda tiene él mismo una experiencia de vida a través de la cual puede filtrar este nuevo desafío: conoce el dolor de padre, ya que él mismo ha perdido a dos de sus hijos. Sus propias ambiciones han sido largamente realizadas y es el vocero de sus hermanos. Escrutando en sus experiencias de dolor, pérdida y realización, Yehuda es capaz de consagrarse a un camino más difícil pero que es el moralmente correcto.



Yehuda nos muestra una Teshuvá Sheleimá. Una vez más, está ante la posibilidad de condenar a un hermano a la esclavitud para su propio beneficio personal, pero toma otra opción y se muestra verdaderamente cambiado. Ahora será capaz de liderar a un pueblo hacia su pacto histórico, hacia su Brit con Dios.
Y ante eso termina la resistencia de Yosef. Cualquier cosa que haya pasado por su cabeza en relación a sus hermanos es ya cosa del pasado. Embargado por la emoción, hace salir a todos de la sala donde se encuentran y se presenta ante ellos con simples palabras: “Yo soy Yosef.”



Final feliz para una historia que pudo haber terminado muy mal.
Y una reflexión final: los finales felices en las historias de encuentros y desencuentros con hermanos, familia, comunidad y sociedad, requieren de todas las virtudes aquí exhibidas: Teshuvá, crecimiento interior, madurez y una infinita capacidad de perdón.



Shabat shalom,
Por el Rabino Mario Gurevich,
Sinagoga Beth Israel, Aruba

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