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PERLITA DE LA PARASHÁ BEHAR – BEJOKOTAI

En nuestra senda entre Pésaj y Shavuot, leemos tres porciones de la Torá que resumen la estructura profunda del judaísmo. El reto de la libertad es convertirla en una bendición. ¿Cómo podemos evitar desperdiciarla en libertinaje, cuidándola para que no se transforme en una maldición?

Los nombres hebreos de estas parashiot llevan el mensaje: montaña, leyes y desierto. La Torá forja una religión diseñada para ayudarnos a atravesar el caos de un desierto que nos abruma, mediante un sistema ramificado de prescripciones legales cuya inspiración está enraizada en la revelación del Monte Sinaí. Una comunidad basada en la fe es la matriz de la supervivencia individual en un medio ambiente hostil. El Midrash examina la conexión entre la majestad de la revelación y los embrollos de la ley. (…)

Metafóricamente hablando, la vida humana puede haberse originado en un jardín, pero su hábitat natural es el desierto; un lugar olvidado destinado a ser colonizado, ordenado y explotado por la ingenuidad humana. Para convertir el caos en orden, la humanidad tuvo que valerse de la acción colectiva, para asegurar así el bienestar de la comunidad sobre los placeres individuales. Para la Torá, el poder de la ley sancionada por la divinidad fue el que aparejó las pasiones íntimas que contrarrestarían las tormentas externas. Solamente una comunidad santa podía generar una isla de estabilidad en un mundo de turbulencia. Y sin embargo, no había una tierra prometida al final del camino. Las emociones humanas continuaban explotando como antes.

Según otro Midrash, el propósito fundamental de los mandamientos es purificar y ennoblecer a la humanidad. Sin la explicación razonada y penetrante, es simplemente imposible explicar las innumerables especificaciones individuales de la ley. ¿A Dios de verdad le importa si matamos un animal por el frente del cuello o por la nuca? La Torá pretende infundirnos un nivel de auto-restricción que normalmente no practicamos. Debemos aprender a trascender los impulsos destructivos que fluyen sin control de nuestro interior. La renunciación y la disciplina son las claves para alcanzar la virtud. Ni la justicia ni la cultura ni la comunidad se pueden alcanzar allí donde el desenfreno de los apetitos está permitido.

Mucho tiempo después de haber perdido la soberanía y de haber sido destruido el Templo, los judíos se reorganizaron en el exilio como el pueblo del Libro. La palabra escrita se había convertido no solo en la encarnación de Dios sino también en una patria portátil. La religión reforzó de nuevo la cohesión comunitaria. El requisito de tener un minián para la oración pública obligó a los judíos a vivir juntos. El judaísmo rabínico expandió el rasgo comunitario de la Biblia. Resignados al sufrimiento, los judíos se esforzaron por ser autosuficientes. Dondequiera que se asentaron, formaron una kehilá kedoshá, una comunidad santa sostenida por la autoayuda. La ley judía convirtió sus asentamientos en modelos de autogobierno, colaboración y ayuda al prójimo.

Así pues, el espíritu de confianza colectiva en sí mismos, estaba en perfecto acuerdo con el espíritu robusto de esta naciente nación, nueva y libre. América ha probado ser la gran excepción en la oscura experiencia del exilio del pueblo judío, precisamente por esta convergencia de valores. Además de las amplias posibilidades que América ofreció a los judíos como individuos, también fomentó la creación de sociedades privadas fuertes como fuente de capital social para sus instituciones públicas. La fe, la filantropía y el voluntariado funcionaron como semillero para las instituciones, tanto para la comunidad judía organizada como para el cuerpo político americano. Nada simboliza esta congruencia de espíritu más vívidamente que la inscripción en la Campana de la Libertad, tomada de nuestra parashá: “Proclamaréis en la tierra libertad a todos sus habitantes” (25:10).

Por el Rabino Dr. Ismar Schorsch,
Rector del Jewish Theological Seminary

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