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PARASHÁ HASHAVÚA: LEJ LEJÁ

Por el Rabino Rami Pavolotzky,
Congregación Bnei Israel, Costa Rica

La sana locura

Lej-Lejá, la tercera parashá de la Torá, es la que comienza a relatar la historia del pueblo hebreo, a partir de la vida de su primer patriarca, Abraham. Desde este momento, la Torá se concentrará exclusivamente en las leyes y relatos inherentes al pueblo de Israel.

El texto comienza con una de las frases más célebres de la Torá, de esas que cualquier estudiante debe estudiar de memoria en la escuela primaria: "Dijo Adonai a Abram: Vete de tu país y de tu lugar natal y de la casa de tu padre, a la tierra que habré de mostrarte" (Bereshit 12:1). Infinidad de comentarios exegéticos se han escrito con respecto a las primeras palabras de este versículo, algunos de ellos casi tan célebres como la misma fuente. Sin embargo, me referiré en lo sucesivo al final del versículo: "a la tierra que habré de mostrarte".

La pregunta que surge de inmediato al meditar sobre estas palabras es: ¿por qué Di-s no menciona el nombre del lugar al cual le ordena a Abraham dirigirse? Además, cabe preguntarse cómo entiende Abraham hacia dónde debía ir, ya que apenas Di-s concluye su alocución, la Torá nos relata que "Encaminóse pues Abram, tal como le dijo Adonai." (Bereshit 12:4). Un elemento más de desconcierto es que en el versículo siguiente se cuenta, refiriéndose a Abraham y su familia, que ". partieron para dirigirse a la tierra de Quenahan, y llegaron hasta la tierra de Quenahan" (12:5), dando a entender que Abraham sabía exactamente a qué lugar se dirigía.

El comentarista medieval español Ibn Ezra sostiene que Di-s le reveló a Abraham a qué lugar debía dirigirse, aunque no aparezca explícito en la Torá, ya que de otra forma no podríamos congeniar los versículos uno y cinco.

Najmánides, en cambio, explica que Abraham, desde el principio, iba por el camino que conduce a la tierra de Quenahan. De hecho, ya su padre Téraj había comenzado con él ese camino (Bereshit 11:31), pero no con la intención de radicarse en esa tierra, sino que muy posiblemente como parte de la ruta de los pueblos nómadas que habitaban la Mesopotamia. Rambán cuenta que Abraham erraba de pueblo en pueblo hasta que, al llegar a Quenahan, Di-s le indicó ".a tu descendencia daré esta tierra." (Bereshit 12:7). Solo allí supo que esa era la tierra elegida, la que Di-s "habría de mostrarle".

Otro comentario interesante es el de Or Hajaim, del rabino marroquí Jaim ben Atar. él explica que, siguiendo al midrash, hay que entender el primer versículo de nuestra parashá en el contexto de las diez pruebas a las cuales fue sometido Abraham. La primera de ellas fue ciertamente la orden divina de abandonar su patria y casa natal. Agrega Or Hajaim que, al no revelarle Di-s a Abraham el lugar al cual debía dirigirse, simplemente estaba haciendo esta prueba aún más dura, ya que debía abandonar su casa para marcharse a un lugar sobre el cual desconocía todo, hasta su mismo nombre. Como comentario histórico, vale agregar que Jaim ben Atar (1696-1743) también dejó su tierra natal para hacer aliá a Eretz Israel, viviendo seguramente innumerables penurias y "pruebas" para lograrlo.

Rashi cita al Midrash Bereshit Rabá (39:9) cuando explica que Di-s no le reveló a Abraham el lugar al que debía ir, para hacerlo más deseable a sus ojos. Según esta interpretación, de alguna manera Di-s buscó despertar en Abraham curiosidad e interés, para mantenerlo entusiasmado durante todo su viaje.

No sabemos por qué Di-s no le dio a Abraham el nombre de su destino, sino que solo podemos conjeturar sobre la verdadera causa a partir de otras fuentes bíblicas, tal y como hacen los comentaristas que acabo de citar. El único hecho sobre el que tenemos certeza en el relato es que Abraham acató la orden divina sin dudar ni un instante, partiendo inmediatamente, aun cuando desconociera adónde iba. Creo que es una imagen poética, que irradia pasión y amor por una misión a cumplir. Cada tanto necesitamos dejar de lado el análisis frío sobre nuestros pasos a seguir, dejar por un momento de medir los posibles costos y beneficios, para zambullirnos en pos de un sueño que deseamos se realice. Así lo hizo Abraham cuando escuchó la voz divina resonar en su interior, y así lo hicieron también los primeros románticos sionistas del siglo XIX. Si ellos hubieran examinado solo racionalmente sus posibilidades de éxito, seguramente hubieran abandonado su objetivo aun antes de ilusionarse con él.

Pareciera ser que los grandes proyectos, esos que surgen de una identificación profunda con un ideal a seguir, necesitan cierta dosis de sana locura para que puedan concretarse, una fresca combinación de pequeñas medidas de ingenuidad o irresponsabilidad. Pienso que todos los grandes soñadores que dio la humanidad, aquellos que apostaron por causas justas y nobles aun cuando desconocían sus posibilidades reales de tener éxito en sus empresas, se identificarían con nuestro patriarca Abraham, que dejó su tierra natal para dirigirse a un lugar desconocido, del cual ni siquiera sabía el nombre. Todo para obedecer a Di-s, para fundar una nueva fe, para comenzar la historia de un pueblo que sería el orgulloso portavoz del monoteísmo ético. Una tierra desconocida, un sueño a seguir, un futuro promisorio.



Shabat shalom,
Rabino Rami Pavolotzky

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