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PERLITA PARASHÁ BERESHIT

El libro del Génesis, cuya primera parashá – Bereishit – comenzamos a leer esta semana, es probablemente el texto más conocido, leído y estudiado de la Torá. Seguramente también el más incomprendido. Hasta el punto que todavía hoy en los Estados Unidos, la sociedad tecnológica más avanzada del planeta, continúa la discusión bizantina sobre si se debe enseñar una cosmogonía científica o una bíblica creacionista.

Para nosotros y en términos generales, el conflicto nunca existió. Al menos no desde que Maimónides reconcilió, en su “Guía de los Perplejos”, nuestra tradicional comprensión religiosa con el pensamiento aristotélico, y nos enseñó a comprender la Torá como un libro que utiliza la metáfora como herramienta de enseñanza.

La Torá, según la mayoría de nosotros la entiende, no es un tratado de historia, de arqueología o de paleontología. Es mas bien el Manual de Instrucciones con que Dios ha provisto al hombre para entender no elQuéCómo y Cuándo de las cosas, sino el Por Qué y Para Qué de las mismas, las razones y objetivos de nuestra existencia.
Por eso he elegido para este comentario el capítulo que describe el Jardín del Edén, tal vez una de las más bellas metáforas jamás escritas.

El Señor plantó un jardín en el Edén, en el Este, y puso allí al hombre que había formado. Y de la tierra hizo crecer el Señor todo árbol que fuese agradable a la vista y bueno para comer, con el árbol de la vida en el medio del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.
Entonces Dios puso en el jardín al hombre, al Adam que había creado, y le dio sus instrucciones:
De todos los árboles del jardín comerás, pero del árbol del conocimiento del bien y el mal no comerás porque tan pronto comas de él morirás.

¿Qué clase de sentido del humor es este? Si estaba prohibido comer de él, ¿por qué lo puso? Era como darle a un niño un caramelo, pero no para comerlo sino sólo para mirarlo.
Así que el futuro era predecible. La mujer tomó el fruto, comió de él y le dio al hombre. Ambos comieron y ambos fueron castigados. La mujer a parir con dolor, y el hombre a ganar el pan con el sudor de su frente.
Pero, ¿acaso no dijo Dios “tan pronto comas de él morirás”? Pareciera que él hubiera reconsiderado Su primera advertencia, porque más adelante encontramos escrito:

Ahora que el hombre es como uno de nosotros, conocedor del bien y el mal, qué si se le ocurre estirar su brazo y tomar también del árbol de la vida y vivir para siempre! Así que el Señor lo expulsó del Jardín del Edén para labrar la tierra de la cual había sido tomado. él… estacionó al este del Edén a los querubines con espada de fuego para guardar el camino al árbol de la vida.

¿Quién es este Adam? ¿Quién es Java? ¿Qué es el Jardín del Edén?
Adam y Java son un hombre y una mujer, tal como nosotros. Pero el lugar donde estaban, el Jardín del Edén, incorrectamente llamado Paraíso, era un sitio muy particular. Clima perfecto, la ropa era innecesaria; no tenían que preocuparse por comida, solo estirar los brazos para tomar los frutos de los árboles. Sin animales feroces que temer, ni siquiera mosquitos que molestaran. Un lugar perfecto.

Pero también ignorancia completa, total falta de desafíos, una vida sin metas ni objetivos. El jardín era verdaderamente un Paraíso, pero Paraíso del ignorante.
Así, cuando comen la fruta y se vuelven conscientes de la profundidad de su ignorancia, el castigo razonable no fue la muerte sino la pérdida de ese paraíso sin sentido. Este no fue un pecado original sino el condicionamiento original de la raza humana.

Y aquí es adonde nos conduce esta bella metáfora: la felicidad total solo es posible en la ignorancia total. Pero, ¿vale la pena? Somos completamente felices en nuestra infancia hasta que aprendemos a leer y escribir, y entonces perdemos el paraíso nuevamente. ¿Acaso debemos quejarnos de ello? 
Sí, la primera pareja de la historia perdió el Edén, pero ganó un mundo para vivir en él, para investigarlo, estudiarlo y dominarlo. Para levantar una familia, con todos los problemas que eso implica, y para dejar una huella, una marca en este mundo, que nos muestre a los demás el camino.
¿Podemos culparlos por haber comido el fruto?

Shabat Shalom,
Por el Rabino Mario Gurevich,
Sinagoga Beth Israel, Aruba

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